sábado, 7 de noviembre de 2015

Semillas


En el momento en que abren la puerta del coche corres al parque tan rápido como tus piernas te lo permiten, hasta sientes que se van a despegar. El pasto bajo tus pies es húmedo. Pasaste la mañana sin salir a jugar por culpa de la lluvia, pero ahora que el agua se disipó, por fin puedes disfrutar de la intemperie. El parque es tu lugar favorito. En tu carrera no adviertes que tienes competencia, Matilde y los gemelos también corren hacia el mismo árbol. Es difícil por lo resbaloso, pero consigues llegar antes que todos ellos. Ríes entrecortado por tu aliento. Esperas al lado de la meta, ellos reconocen la derrota desde lejos.  
Matilde te entrega una bellota en la mano. Seguro la encontró en el camino, ahora será la insignia de tu triunfo. Tu primer acto como líder es enviar a todos por sobre la colina, hacia los columpios. Los gemelos asienten después de que señalas el destino, Matilde te toma de la mano. Eso hace que sudes, esperas que no lo note, pero es muy tarde. Se limpia su mano con el vestido, no le molesta, notas que ríe un poco y te sonrojas. Ella permite que cargues a su muñeca un momento, se adelanta a dar vueltas por el pasto, los gemelos no tardan en hacer lo mismo.
Tú dudas. Observas la bellota en tu mano. No importa, girar por encima del pasto es más divertido que la misión. Vas y juegas con ellos.
Ruedan por el pasto colina abajo, el camino que habían recorrido a los columpios, ahora es nulo. Nadie piensa en ello. Los cuatro se persiguen unos a otros, un gemelo te empuja y toma a la muñeca de Matilde. La dueña lo ve todo. Luce alarmada. En seguida captas el mensaje. No permitirás que eso suceda, corres hacia él y te le lanzas. Cuando está en el suelo lo golpeas. Mala decisión, el otro gemelo te quita de encima. Ahora tú estás en el suelo, y son dos contra ti. Matilde intercede en tu favor, se coloca entre ambos bandos. Los gemelos no se atreven a lastimarla, se retiran del otro lado de la colina. Los ves alejarse, dudas de si fue lo mejor, pero Matilde está ahí, contigo, así que no le das importancia.
Llegan de la mano a los columpios. Fue difícil, los zapatos de Matilde no son para jugar y le costó subir por el pasto mojado, pero tú estuviste ahí para cuidar a su muñeca. Evitaste que su falda se llenara de lodo  y ahora, la empujas para que ella se columpie. Los gemelos están cerca, juegan al lado de la caja de arena, ahí siempre hay hormigas que molestar. La última vez que inundaron uno de los hormigueros con el jugo de Matilde, las pequeñas criaturas salieron de su agujero de dos en dos. Los gemelos no podían creer que a las hormigas no les gustara el jugo de fresa.
Matilde adora que la empujen, no deja de reír. Lanza su muñeca en el momento culmine de la columpiada y grita: “arriba, más arriba”. La muñeca vuela por encima de tu cabeza y la de ella, el sol te deslumbra cuando sigues la trayectoria con la vista, pero alcanzas a percibir que la muñeca aterriza en un árbol cercano. Matilde no espera a que el columpio se detenga, corre a dónde está la muñeca. La alcanzas, los gemelos también van a observar qué sucede. Los tres te observan a la expectativa de que hagas algo.
El árbol es demasiado grueso como para que lo abarques con las dos manos, intentas colgarte de la rama más próxima, brincas varias veces. Inútil, no la alcanzas. Volteas a ver a los gemelos, ellos saben que necesitas su ayuda. Uno de ellos te sonríe, ha sentido compasión por ti, se agacha para que apoyes tu pie en él, y listo. De un brinco estás colgado de la primera rama, desde aquí todo será más fácil. Pierna, pierna, mano, mano, un poco lento, pero con seguridad logras alcanzar el tope del árbol, desde ahí todo se ve más pequeño. Tus amigos alzan la cara y gritan, dan vueltas de felicidad alrededor del árbol. Eres su héroe, les enseñas tu bellota como marca de tu triunfo antes de bajar con la muñeca en la mano.
Desciendes de la misma forma en que subiste, pierna, pierna, mano, mano. Esperas, no te diste cuenta de lo mucho que habías subido cuando intentabas alcanzar lo alto. Tus amigos se siguen viendo lejanos desde donde estás. El viento mece al árbol, tanto movimiento te obliga a aferrarte a él. El susto hace que te desprendas de la muñeca y ésta se vuelve a alejar de ti. Cae lejos, el viento la lleva a los límites del parque, ahí donde las canchas bordean el límite con las casas. Toda la zona está hecha un lodazal.
Cuando alcanzas a bajar tus amigos te esperan con cara de decepción, ahora ninguno de los gemelos siente empatía por ti, ni siquiera Matilde quiere ayudarte. Respiras, la misión no ha terminado. Los dejas atrás, ellos ahora están arriba y tú desciendes, lejos de los columpios, la resbaladilla y el cajón de arena. Lejos de todo. Si antes se veían pequeños desde las alturas ahora  ni siquiera logras percibirlos.
Aquí abajo, cerca de la avenida, el viento pega contra tu rostro. El frío trae consigo a la lluvia, cierras tu chamarra azul y te colocas tu gorrito. Piensas en la muñeca mientras avanzas. El panorama cambia, donde antes había árboles ahora hay un cerco verde que divide la banqueta del resto de la calle, termina el pasto y comienzan las canchas. Aquí juegan los chicos grandes. Aunque la lluvia ha mantenido a la mayoría lejos, todavía se encuentran algunos rezagados que juegan con un balón. Tranquilo continúas, no hay amenaza de golpe. Además, tu objetivo está enfrente, la muñeca descansa sobre el concreto, por entre los charcos, justo por debajo de la cerca de una casa.
La primera bota que cruza el charco se resbala, te estiras para evitar caer. Cuando te das cuenta de que todo está bien volteas con alivio a las canchas, llamaste la atención de los jóvenes  rezagados. Dejan de jugar con el balón para observarte. Seguro de ti mismo te paras derecho. Metes las manos a los bolsillos como si nada hubiera sucedido y avanzas. Volteas, no tienes idea de si te siguen observando, te detienes, intentan llamar tu atención. Uno te saluda, alzas la mano para regresar el saludo. Detrás de ti, asoman por entre la verja de la casa, las fauces de pastor alemán. El perro intenta alcanzarte con los dientes y rasga tu chamarra. Todo se vuelve negro.
***

Los demás niños están ahí cuando despiertas. Por suerte llueve, nadie nota que te mojaste. Una vez que se dan cuenta de que estás seguro, al igual que la muñeca, corren a jugar. Dentro de tu bolsillo la bellota sigue ahí, la tomas con la mano y corres hacia los caminos. En el camino cae de tu mano, y la olvidas.   

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