Matilde te
entrega una bellota en la mano. Seguro la encontró en el camino, ahora será la insignia
de tu triunfo. Tu primer acto como líder es enviar a todos por sobre la colina,
hacia los columpios. Los gemelos asienten después de que señalas el destino,
Matilde te toma de la mano. Eso hace que sudes, esperas que no lo note, pero es
muy tarde. Se limpia su mano con el vestido, no le molesta, notas que ríe un
poco y te sonrojas. Ella permite que cargues a su muñeca un momento, se
adelanta a dar vueltas por el pasto, los gemelos no tardan en hacer lo mismo.
Tú dudas. Observas
la bellota en tu mano. No importa, girar por encima del pasto es más divertido
que la misión. Vas y juegas con ellos.
Llegan de la
mano a los columpios. Fue difícil, los zapatos de Matilde no son para jugar y
le costó subir por el pasto mojado, pero tú estuviste ahí para cuidar a su
muñeca. Evitaste que su falda se llenara de lodo y ahora, la empujas para que ella se columpie.
Los gemelos están cerca, juegan al lado de la caja de arena, ahí siempre hay
hormigas que molestar. La última vez que inundaron uno de los hormigueros con
el jugo de Matilde, las pequeñas criaturas salieron de su agujero de dos en
dos. Los gemelos no podían creer que a las hormigas no les gustara el jugo de
fresa.
Desciendes de la
misma forma en que subiste, pierna, pierna, mano, mano. Esperas, no te diste
cuenta de lo mucho que habías subido cuando intentabas alcanzar lo alto. Tus
amigos se siguen viendo lejanos desde donde estás. El viento mece al árbol,
tanto movimiento te obliga a aferrarte a él. El susto hace que te desprendas de
la muñeca y ésta se vuelve a alejar de ti. Cae lejos, el viento la lleva a los
límites del parque, ahí donde las canchas bordean el límite con las casas. Toda
la zona está hecha un lodazal.
Cuando alcanzas
a bajar tus amigos te esperan con cara de decepción, ahora ninguno de los
gemelos siente empatía por ti, ni siquiera Matilde quiere ayudarte. Respiras,
la misión no ha terminado. Los dejas atrás, ellos ahora están arriba y tú
desciendes, lejos de los columpios, la resbaladilla y el cajón de arena. Lejos
de todo. Si antes se veían pequeños desde las alturas ahora ni siquiera logras percibirlos.
Aquí abajo,
cerca de la avenida, el viento pega contra tu rostro. El frío trae consigo a la
lluvia, cierras tu chamarra azul y te colocas tu gorrito. Piensas en la muñeca
mientras avanzas. El panorama cambia, donde antes había árboles ahora hay un
cerco verde que divide la banqueta del resto de la calle, termina el pasto y
comienzan las canchas. Aquí juegan los chicos grandes. Aunque la lluvia ha
mantenido a la mayoría lejos, todavía se encuentran algunos rezagados que
juegan con un balón. Tranquilo continúas, no hay amenaza de golpe. Además, tu
objetivo está enfrente, la muñeca descansa sobre el concreto, por entre los
charcos, justo por debajo de la cerca de una casa.
La primera bota
que cruza el charco se resbala, te estiras para evitar caer. Cuando te das
cuenta de que todo está bien volteas con alivio a las canchas, llamaste la
atención de los jóvenes rezagados. Dejan
de jugar con el balón para observarte. Seguro de ti mismo te paras derecho.
Metes las manos a los bolsillos como si nada hubiera sucedido y avanzas.
Volteas, no tienes idea de si te siguen observando, te detienes, intentan
llamar tu atención. Uno te saluda, alzas la mano para regresar el saludo.
Detrás de ti, asoman por entre la verja de la casa, las fauces de pastor
alemán. El perro intenta alcanzarte con los dientes y rasga tu chamarra. Todo
se vuelve negro.
***
Los demás niños están ahí cuando
despiertas. Por suerte llueve, nadie nota que te mojaste. Una vez que se dan
cuenta de que estás seguro, al igual que la muñeca, corren a jugar. Dentro de
tu bolsillo la bellota sigue ahí, la tomas con la mano y corres hacia los
caminos. En el camino cae de tu mano, y la olvidas.
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