sábado, 7 de noviembre de 2015

Animal político

El domingo, mi familia y yo fuimos a votar. Nuestro municipio instaló la urna a unos cinco minutos de la casa. Así que después de salir a desayunar decidimos ir caminando hacia ésta. Fue extraño no moverme en coche con mis padres. Durante el trayecto las conversaciones políticas no se hicieron esperar. La noche anterior mis amigos y yo la habíamos dedicado a leer algunas notas sobre los candidatos, nada interesante surgió de nuestra investigación. La decepción cotidiana apagó mi espíritu democrático, sin embargo mi padre, mantenía cierto deseo de riña que expresó durante el trayecto.
Comenzó por quejarse de los políticos "tibios". Diciendo algo así: "Desde 68 ningún presidente se atreve a hacer nada, si yo soy el presidente y los maestros no se quieren evaluar, pues mal por ellos, se aguantan o yo hago que se aguanten", término su argumento chocando la palma de la mano izquierda con el dorso de la derecha, dando algo parecido a unas nalgadas. Ni mi madre, ni yo lo intentamos contradecir, continuamos nuestro camino por encima de la banqueta. Cruzamos por un parque donde unos cuatro perros callejeros dormían. Esos perros llevan siendo un problema desde hace tiempo, han atacado niños e incluso a mi madre cuando sale a pasear a Fátima, y, además de que pueden causar un accidente, se multiplican. Es probable que pronto tengamos más manadas pululando por ahí. Hasta ahora el municipio no ha hecho nada, y es poco probable que lo haga en un futuro.
Cuando los rebasamos yo le dije a mi padre: "Entonces, ¿te estás quejando de los cobardes?". Mi padre asintió sin dejar de caminar: “De todos los políticos”. A lo que yo respondí: "Y ¿por qué no matamos a esos perros? Sería muy fácil meter varias pastillas caducas a una salchicha y aventarles unos pedazos. No sería ilegal, ¿quién se daría cuenta? Además, es, en tus palabras, necesario".
Mi jefe se río en un principio y asintió dándome unas palmadas en la espalda. Cuando le repetí la idea fingió no escucharme. Hasta que le dije; "¿Ves? No es fácil dejar de ser cobarde". Le toqué un nervio con el comentario. El alegó que eso no era cierto. Que las acciones tenían consecuencias en la moral, además de que esos perros no eran su responsabilidad. No estoy seguro de que eso sea cierto, después de todo, a quienes afectan es a nosotros. Yo terminé por decir: “mata a un perro un día y te llamaran mataperros toda tu vida".

En ese momento llegamos a la caseta. De regreso a mi casa los perros seguían ahí. Yo no saldré a matarlos, no tengo ganas y se me hace algo inhumano. Lo triste es que alguien debe de hacerlo.

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